domingo, 28 de mayo de 2017

FECHAS EXÁMENES TERCERA EVALUACIÓN

Chicos, os recurdo las fechas del examen de Literatura (evaluación):

JUEVES 1 DE JUNIO

3º B
3º D
3º E

VIERNES 2 DE JUNIO

3º F

miércoles, 24 de mayo de 2017

TEMA 3. EL BARROCO. TEXTOS DRAMÁTICOS.


FUENTEOVEJUNA, LOPE DE VEGA.
ACTO III
Sale LAURENCIA, desmelenada
LAURENCIA:
Dejadme entrar, que bien puedo,
en consejo de los hombres;
que bien puede una mujer,
si no a dar voto, a dar voces.
¿Conocéisme?
 
ESTEBAN:
¡Santo cielo! ¿No es mi hija?
 
JUAN ROJO:
¿No conoces a Laurencia?
 
LAURENCIA:
Vengo tal,
que mi diferencia os pone
en contingencia quién soy.
 
ESTEBAN:
¡Hija mía!
 
LAURENCIA:
No me nombres tu hija.
 
ESTEBAN:
¿Por qué, mis ojos?
¿Por qué?
 
LAURENCIA:
Por muchas razones,
y sean las principales:
porque dejas que me roben
tiranos sin que me vengues,
traidores sin que me cobres.
Aún no era yo de Frondoso,
para que digas que tome,
como marido, venganza;
que aquí por tu cuenta corre;
que en tanto que de las bodas
no haya llegado la noche,
del padre, y no del marido,
la obligación presupone;
que en tanto que no me entregan
una joya, aunque la compre,
no ha de correr por mi cuenta
las guardas ni los ladrones.
Llevóme de vuestros ojos
a su casa Fernán Gómez;
la oveja al lobo dejáis
como cobardes pastores.
¿Qué dagas no vi en mi pecho?
¿Qué desatinos enormes,
qué palabras, qué amenazas,
y qué delitos atroces,
por rendir mi castidad
a sus apetitos torpes?
Mis cabellos ¿no lo dicen?
¿No se ven aquí los golpes
de la sangre y las señales?
¿Vosotros sois hombres nobles?
¿Vosotros padres y deudos?
¿Vosotros, que no se os rompen
las entrañas de dolor,
de verme en tantos dolores?
Ovejas sois, bien lo dice
de Fuenteovejuna el hombre.
Dadme unas armas a mí
pues sois piedras, pues sois tigres...
--Tigres no, porque feroces
siguen quien roba sus hijos,
matando los cazadores
antes que entren por el mar
y por sus ondas se arrojen.
Liebres cobardes nacistes;
bárbaros sois, no españoles.
Gallinas, ¡vuestras mujeres
sufrís que otros hombres gocen!
Poneos ruecas en la cinta.
¿Para qué os ceñís estoques?
¡Vive Dios, que he de trazar
que solas mujeres cobren
la honra de estos tiranos,
la sangre de estos traidores,
y que os han de tirar piedras,
hilanderas, maricones,
amujerados, cobardes,
y que mañana os adornen
nuestras tocas y basquiñas,
solimanes y colores!
A Frondoso quiere ya,
sin sentencia, sin pregones,
colgar el comendador
del almena de una torre;
de todos hará lo mismo;
y yo me huelgo, medio-hombres,
por que quede sin mujeres
esta villa honrada, y torne
aquel siglo de amazonas,
eterno espanto del orbe.
 

EL BURLADOR DE SEVILLA, TIRSO DE MOLINA.

ACTO PRIMERO

Salen don JUAN Tenorio e ISABELA, duquesa.



ISABELA:
Duque Octavio, por aquí
podrás salir más seguro.
JUAN:
Duquesa, de nuevo os juro
de cumplir el dulce sí.
ISABELA:
Mi gloria, ¿serán verdades
promesas y ofrecimientos,
regalos y cumplimientos,
voluntades y amistades?
JUAN:
Sí, mi bien.
ISABELA:
..................Quiero sacar
una luz.
JUAN:
.............Pues, ¿para qué?..........................10
ISABELA:
Para que el alma dé fe
del bien que llego a gozar.
JUAN:
Mataréte la luz yo.
ISABELA:
¡Ah, cielo! ¿Quién eres, hombre?
JUAN:
¿Quién soy? Un hombre sin nombre.
ISABELA:
¿Que no eres el duque?
JUAN:
...................................No.
ISABELA:
¡Ah de palacio!
JUAN:
.........................Detente.
Dame, duquesa, la mano.
ISABELA:
No me detengas, villano.
¡Ah del rey! ¡Soldados, gente!.......... .......... 20
Sale el REY de Nápoles, con una vela en un candelero.
REY:
¿Qué es esto?
ISABELA:
......................¡Favor! ¡Ay, triste,
que es el rey!
REY:
.......................¿Qué es?
JUAN:
......................................¿Qué ha de ser?
Un hombre y una mujer.
REY:
(Aparte.) (Esto en prudencia consiste.)
¡Ah de mi guarda! Prendé
a este hombre.
ISABELA:
.......................¡Ay, perdido honor!


LA VIDA ES SUEÑO, CALDERÓN DE LA BARCA.

ACTO III

SEGISMUNDO


Es verdad, pues: reprimamos
esta fiera condición,
esta furia, esta ambición,
por si alguna vez soñamos.
Y sí haremos, pues estamos
en mundo tan singular,
que el vivir sólo es soñar;
y la experiencia me enseña,
que el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta despertar.

Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe
y en cenizas le convierte
la muerte (¡desdicha fuerte!):
¡que hay quien intente reinar
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte!

Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.

Yo sueño que estoy aquí,
destas prisiones cargado;
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

sábado, 13 de mayo de 2017

FECHAS DE EXÁMENES DE LECTURA Y LIBROS


Las fechas de las pruebas de los libros que tenéis que leer la tercera evaluación son las siguientes:

JUEVES 8 DE JUNIO

3º B
3º D
3º E

VIERNES 9 DE JUNIO

3º F

Anticipándome a posibles protestas, 3º F no tiene clase los jueves, por eso lo hace el viernes.

Las obras de lectura son:

-Relato de un náufrago, Gabriel García Márquez.

-Fuenteovejuna, Lope de Vega.

Para esta obra, os dejo un link para que podáis ver la representación:

https://www.youtube.com/watch?v=-IcuFn57nAo

Y otro para que os descarguéis el PDF  de la obra si no tenéis el libro o no habéis podido tomarlo prestado.

 http://www.depocountodo.com/2014/11/fuenteovejuna-lope-de-vega-pdf-epub-mobi.html


Os recuerdo que el examen es tipo test y que habrá una parte de preguntas para cada uno de ellos. Cada obra supone el 10% de la calificación final (1 punto cada una), así que tomad notas y preparaos bien la prueba.




viernes, 12 de mayo de 2017

TEMA 3. EL BARROCO. TEXTOS EN PROSA.


TEMA 3. EL BARROCO. TEXTOS EN PROSA.

DON QUIJOTE DE LA MANCHA, MIGUEL DE CERVANTES (TEXTOS ADAPTADOS, FRAGMENTOS TEXTUALES).

Capítulo primero
Que trata de la condición y ejercicio del famoso y valiente hidalgo
I don Quijote de la Mancha1
En un lugar de la Mancha2, de cuyo nombre no quiero acordarme3, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor4. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches5, duelos y quebrantos los sábados6, lantejas los viernes7, algún palomino de añadidura los domingos8, consumían las tres partes de su hacienda9. El resto della concluían sayo de velarte10, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo11, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino12. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera13. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años14. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro15, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verisímilesII se deja entender que se llamaba «Quijana»III, 16. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.
Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso —que eran los más del año—, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto17, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en queIV leer18, y, así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y, de todos, ningunos le parecían tan bienV como los que compuso el famoso Feliciano de Silva19, porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos20, donde en muchas partes hallaba escrito: «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura»21. Y también cuando leía: «Los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza...»22
Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para solo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales23. Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra como allí se promete24; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello25, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar —que era hombre docto, graduado en Cigüenza—26 sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula27; mas maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo28, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo, que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga29.
En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro30, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio31. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invencionesVI que leía32, que para él no había otra historia más cierta en el mundo33. Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero, pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada, que de solo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes34. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había muerto a Roldán, el encantado35, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a AnteoVII, el hijo de la Tierra, entre los brazos36. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque, con ser de aquella generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado37. Pero, sobre todos, estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en allende robó aquel ídolo de Mahoma que era todo de oro, según dice su historia38. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón39, al ama que tenía, y aun a su sobrina de añadidura.
En efeto, rematado ya su juicio40, vino a dar en el más estraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo41, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república42, hacerse caballero andante y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos43, cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo, por lo menos del imperio de Trapisonda44; y así, con estos tan agradables pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos sentía45, se dio priesa a poner en efeto lo que deseaba. Y lo primero  que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenasVIII de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple46; mas a esto suplió su industria47, porque de cartones hizo un modo de media celada que, encajada con el morrión, hacíanIX una apariencia de celada entera48. Es verdad que, para probar si era fuerte y podía estar al riesgo de una cuchillada49, sacó su espada50 y le dio dos golpes51, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana; y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y, por asegurarse deste peligro52, la tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza y, sin querer hacer nueva experiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje.
Fue luego a ver su rocínX, y aunque tenía más cuartos que un real53 y más tachas que el caballo de Gonela, que «tantum pellis et ossa fuit»54, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría55; porque —según se decía él a sí mesmo— no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido56; y ansí procuraba acomodársele, de manera que declarase quién había sido antes que fuese de caballero andante y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razón que, mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y le cobraseXI famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicioXII que ya profesaba57; y así, después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación58, al fin le vino a llamar «Rocinante», nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo59.
Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar «don Quijote»60; de donde, como queda dichoXIII, tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia que sin duda se debía de llamar «Quijada» , y no «Quesada», como otros quisieron decir61. Pero acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había contentado con llamarse «Amadís» a secas62, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosaXIV, y se llamó «Amadís de Gaula»63, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse «don Quijote de la Mancha», con que a su parecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.
Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismoXV 64, se dio a entender65 que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma66. Decíase él:
—Si yoXVI, por malos de mis pecados67, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro68, o le parto por mitad del cuerpo, o, finalmente69, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado70, y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora71, y diga con voz humilde y rendida:XVII «Yo, señoraXVIII, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania72, a quien venció en singular batalla73 el jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante la vuestra mercedXIX, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante»?74
¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quien dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo ni le dio cataXX dello75. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a esta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla «Dulcinea del Toboso» porque era natural del Toboso: nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto76.
http://cvc.cervantes.es/literatura/clasicos/quijote/edicion/parte1/cap01/cap01_02.htm
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Capítulo II
Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote
Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en efeto su pensamiento1, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza,2 según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar3, sinrazones que emendar y abusosI que mejorar4 y deudas que satisfacer. Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención5 y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, que era uno de los calurosos del mes de julio6, se armó de todas sus armas7, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga8, tomó su lanza y por la puerta falsa de un corral salió al campo9, con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo. Mas apenas se vio en el campo, cuando le asaltó un pensamiento terrible: que no era armado caballero y que, conforme a ley de caballería, ni podía ni debía tomar armas con ningún caballero10, y puesto que lo fuera, había de llevar armas blancas11, como novel caballero, sin empresa en el escudo12, hasta que por su esfuerzo la ganas. […]
Caminaba tan despacio, y el sol entraba tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante a derretirle los sesos, si algunos tuviera. […] Anduvo todo aquel día, y, al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre, y que, mirando a todas partes por ver si descubriríaVI algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse36 y adonde pudiese remediar su mucha hambre y necesidadVII, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta37, que fue como si viera una estrella. […]
Estaban acaso39 a la puerta dos mujeres mozas, […] Fuese llegando a la venta que a él le parecía castillo, y a poco trecho della detuvo las riendas a Rocinante, esperando que algún enano se pusiese entre las almenas a dar señal con alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo44. Pero como vio que se tardaban y que Rocinante se daba priesa por llegar a la caballeriza, se llegó a la puerta de la venta y vio a las dos destraídas mozas que allí estaban45, que a él le parecieron dos hermosas doncellas o dos graciosas damas que delante de la puerta del castillo se estaban solazando46. En esto sucedió acaso que un porquero que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos (que sin perdón así se llaman)47 tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al instante se le representó a don Quijote lo que deseaba, que era que algún enano hacía señal de su venida; y, así, con estraño contento48 llegó a la venta y a las damas, las cuales, como vieron venir un hombre de aquella suerte armado, y con lanza y adarga, llenas de miedo se iban a entrar en la venta; pero don Quijote, coligiendo por su huida su miedo,49 alzándose la visera de papelón50 y descubriendo su seco y polvoroso rostro, con gentil talante y voz reposada les dijo:
—Non fuyanX las vuestras mercedes, ni teman desaguisado alguno, ca a la orden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto más a tan altas doncellas como vuestras presencias demuestran51.
[…]Como se oyeron llamar doncellas, cosa tan fuera de su profesión, no pudieron tener la risa. […] El lenguaje, no entendido de las señoras54, y el mal talle de nuestro caballero55 acrecentaba en ellas la risa, y en él el enojo, y pasara muyXIII adelante si a aquelXIV punto no saliera el ventero, hombre que, por ser muy gordo, era muy pacífico56, el cual, viendo aquella figura contrahecha57, armada de armas tan desiguales como eran la bridaXV, lanza, adarga y coselete58,  […] y, así, le dijo:
—Si vuestra merced, señor caballero, busca posada, amén del lecho61, porque en esta venta no hay ninguno, todo lo demás se hallará en ella en mucha abundanciaXVI.
[…] Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta, por el fresco, y trújole el huésped86 una porción del mal remojado y peor cocido bacallao y un pan tan negro y mugriento como sus armas; pero era materia de grande risa verle comer, porque, como tenía puesta la celada y alzada la viseraXXIV, 87, no podía poner nada en la boca con sus manos si otro no se lo daba y ponía, y, ansí, una de aquellas señoras servía deste menester. Mas al darle de beber, no fue posible, ni lo fuera si el ventero no horadara una caña, y, puesto el un cabo en la boca, por el otro le iba echando el vino88; y todo esto lo recebía en paciencia, a trueco de no romper las cintas de la celada. […] Mas lo que más le fatigaba91 era el no verse armado caballero, por parecerle que no se podría poner legítimamente en aventura alguna sin recebir la orden de caballería.
http://cvc.cervantes.es/literatura/clasicos/quijote/edicion/parte1/cap02/default.htm

Capítulo III
Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo don Quijote en armarse caballero
1

El ventero, determinó de seguirle el humor; […] Preguntóle si traía dineros; respondió don Quijote que no traía blanca14, porque él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese traído. A esto dijo el ventero que se engañaba […] y, así, tuviese por cierto y averiguado que todos los caballeros andantes, de que tantos libros están llenos y atestados, llevaban bien herradas las bolsas16, por lo que pudiese sucederles, y que asimismo llevaban camisas y una arqueta pequeña llena de ungüentos para curar las heridas que recebían; […] y por esto le daba por consejo, pues aun se lo podíaVIII mandar como a su ahijado21, que tan presto lo había de ser, que no caminase de allí adelante sin dineros y sin las prevenciones referidasIX, y que vería cuán bien se hallaba con ellas, cuando menos se pensase.
Prometióle don Quijote de hacer lo que se le aconsejaba […]  Contó el ventero a todos cuantos estaban en la venta la locura de su huésped, la vela de las armas y la armazón de caballería que esperaba25. Admiráronse de tan estraño género de locura y fuéronseloX a mirar desde lejos.
Trujo luego el ventero un libro donde asentaba la paja y cebada que daba a los arrieros45, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se vino adonde don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas46; y, leyendo en su manual47, como que decía alguna devota oración, en mitad de la leyenda48 alzó la mano y diole sobre el cuello un buen golpeXVII, y tras él, con su mesma espada, un gentil espaldarazo49, siempre murmurando entre dientes, como que rezaba. Hecho esto, mandó a una de aquellas damas50 que le ciñese la espada51, la cual lo hizo con mucha desenvoltura y discreción, porque no fue menester poca para no reventar de risa a cada punto de las ceremonias. […]
Hechas, pues, de galope y aprisaXXI las hasta allí nunca vistas ceremonias60, no vio la hora don Quijote de verse a caballo61 y salir buscando las aventuras, y, ensillando luego a Rocinante, subió en él yXXII, abrazandoXXIII a su huésped, le dijo cosas tan estrañas, agradeciéndole la merced de haberle armado caballero, que no es posible acertar a referirlas. El ventero, por verle ya fuera de la venta, con no menos retóricas, aunque con más breves palabras, respondió a las suyas y, sin pedirleXXIV la costa de la posada, le dejó ir a la buen horaXXV, 62.

Capítulo LXXIIII
De cómo don Quijote cayó malo y del testamento
que hizo y su muerte
Como las cosas humanas no sean eternas1, yendo siempre en declinación de2 sus principios hasta llegar a su último fin, especialmente las vidas de los hombres3, y como la de don Quijote no tuviese privilegio del cielo para detener el curso de la suya4, llegó su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba; porque o ya fuese de la melancolía que le causaba el verse vencido5 o ya por la disposición del cielo, que así lo ordenaba, se le arraigó una calentura que le tuvo seis días en la cama, en los cuales fue visitado muchas veces del cura, del bachiller y del barbero, sus amigos, sin quitársele de la cabecera Sancho Panza, su buen escudero.
Estos, creyendo que la pesadumbre de verse vencido y de no ver cumplido su deseo en la libertad y desencanto de Dulcinea le tenía de aquella suerte, por todas las vías posibles procuraban alegrarle, diciéndole el bachiller que se animase y levantase para comenzarI su pastoral ejercicio, para el cual tenía ya compuesta una écloga, que mal año para cuantas Sanazaro había compuesto6, y que ya tenía comprados de su propio dinero dos famosos perros para guardar el ganado, el uno llamado Barcino y el otro Butrón7, que se los había vendido un ganadero del Quintanar8. Pero no por esto dejaba don Quijote sus tristezas.
Llamaron sus amigos al médico, tomóle el pulso, y no le contentó mucho y dijo que, por sí o por no, atendiese a la salud de su alma, porque la del cuerpo corría peligro. Oyólo don Quijote con ánimo sosegado, pero no lo oyeron así su ama, su sobrina y su escudero, los cuales comenzaron a llorar tiernamente, como si ya le tuvieran muerto delante. Fue el parecer del médico que melancolías y desabrimientos le acababan9. Rogó don Quijote que le dejasen solo, porque quería dormir un poco. Hiciéronlo así y durmió de un tirón, como dicen, más de seis horas10: tanto, que pensaron el ama y la sobrina que se había de quedar en el sueño. Despertó al cabo del tiempo dicho y, dando una gran voz11, dijo:
—¡Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho! En fin, sus misericordias no tienen límite, ni las abrevian ni impiden los pecados de los hombres.
Estuvo atenta la sobrina a las razones del tío y pareciéronle más concertadas que él solía decirlas, a lo menos en aquella enfermedad, y preguntóle:
—¿Qué es lo que vuestra merced dice, señor? ¿Tenemos algo de nuevo? ¿Qué misericordias son estas, o qué pecados de los hombres?
—Las misericordias —respondió don Quijote—, sobrina, son las que en este instante ha usado Dios conmigo, a quien, como dije, no las impiden mis pecados. Yo tengo juicio ya libre y claro, sin las sombras caliginosasII, 12 de la ignorancia que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías13. Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde, que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa14 leyendo otros que sean luz del alma15. Yo me siento, sobrina, a punto de muerte: querría hacerla de tal modo16, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala, que dejase renombre de loco; que, puesto que lo he sido, no querría confirmar esta verdad en mi muerte. Llámame, amiga, a mis buenos amigos, al curaIII, al bachillerIV Sansón Carrasco y a maese Nicolás el barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento17.
Pero de este trabajo se escusó la sobrina con la entradaV de los tres. Apenas los vio don Quijote, cuando dijo:
—Dadme albricias18, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de «bueno19». Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de la andanteVI caballería; ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído; ya, por misericordia de Dios escarmentando en cabeza propia, las abomino.
Cuando esto le oyeron decir los tres, creyeron sin duda que alguna nueva locura le había tomado, y Sansón le dijo:
—¿Ahora, señor don Quijote, que tenemos nueva que está desencantada la señora Dulcinea, sale vuestra merced con eso? ¿Y agora que estamos tan a pique de ser pastores, para pasar cantando la vida, como unos príncipes, quiere vuesa merced hacerse ermitaño? Calle, por su vida, vuelva en sí y déjese de cuentos20.
—Los de hasta aquí —replicó don Quijote—, que han sido verdaderos en mi daño, los ha de volver mi muerte, con ayuda del cielo, en mi provecho. Yo, señores, siento que me voy muriendo a toda priesa: déjense burlas aparte y tráiganme un confesor que me confiese y un escribano que haga mi testamento, que en tales trances como este no se ha de burlar el hombre con el alma; y, así, suplico que en tanto que el señor cura me confiesa vayan por el escribano.
Miráronse unos a otros, admirados de las razones de don Quijote, y, aunque en duda, le quisieron creer; y una de las señales por donde conjeturaron se moría fue el haber vuelto con tanta facilidad de loco a cuerdo21, porque a las ya dichas razones añadió otras muchas tan bien dichas, tan cristianas y con tanto concierto, que del todo les vino a quitar la duda, y a creerVII que estaba cuerdo.
Hizo salir la gente el cura, y quedóse solo con él y confesóle22.
El bachiller fue por el escribano y de allí a poco volvió con él y con Sancho Panza; el cual Sancho, que ya sabía por nuevas del bachiller en qué estado estaba su señor, hallando a la ama y a la sobrina llorosas, comenzó a hacer pucheros y a derramar lágrimas23. Acabóse la confesión y salió el cura diciendo:
—Verdaderamente se muere y verdaderamente está cuerdo Alonso Quijano el Bueno; bien podemos entrar para que haga su testamento.
Estas nuevas dieron un terrible empujón a los ojos preñados de ama, sobrina y de Sancho PanzaVIII, su buen escudero, de tal manera, que los hizo reventar las lágrimas de los ojos y mil profundos suspiros del pecho; porque verdaderamente, como alguna vez se ha dicho, en tanto que don Quijote fue Alonso Quijano el Bueno a secas, y en tanto que fue don Quijote de la Mancha24, fue siempre de apacible condición y de agradable trato, y por esto no solo era bien querido de los de su casa, sino de todos cuantos le conocían.
Entró el escribano con los demás, y después de haber hecho la cabeza del testamento y ordenado su alma don Quijote, con todas aquellas circunstancias cristianas que se requieren25, llegando a las mandas, dijo:
—Iten, es mi voluntad que de ciertos dineros que Sancho Panza, a quien en mi locura hice mi escudero, tiene, que porque ha habido entre él y mí ciertas cuentas, y dares y tomares26, quiero que no se le haga cargo dellos ni se le pida cuenta alguna, sino que si sobrare alguno después de haberse pagado de lo que le debo, el restante sea suyo, que será bien poco, y buen provecho le haga; y si, como estando yo loco fui parte para darle el gobierno de la ínsula, pudiera agora, estando cuerdo, darle el de un reino, se le diera, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece.
Y, volviéndose a Sancho, le dijo:
—Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.
—¡Ay! —respondió Sancho llorando—. No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron27; cuanto más que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros y el que es vencido hoy ser vencedor mañana.
—Así es —dijo Sansón—, y el buen Sancho Panza está muy en la verdad destos casos.
—Señores —dijo don Quijote—, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño28. Yo fui loco y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la Mancha y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno. Pueda con vuestras mercedes mi arrepentimiento y mi verdad volverme a la estimación que de mí se tenía, y prosiga adelante el señor escribano.
»Iten, mando toda mi hacienda, a puerta cerrada29, a Antonia Quijana mi sobrina30, que está presente, habiendo sacado primero de lo más bien parado della31 lo que fuere menester para cumplir las mandas que dejo hechas; y la primera satisfación que se haga quiero que sea pagar el salario que debo del tiempo que mi ama me ha servido, y más veinte ducados para un vestido. Dejo por mis albaceas al señor cura y al señor bachiller Sansón Carrasco, que están presentes.
»Iten, es mi voluntad que si Antonia Quijana mi sobrina quisiere casarse, se case con hombre de quien primero se haya hecho información que no sabe qué cosas seanIX libros de caballerías; y en caso que se averiguare que lo sabe y, con todo eso, mi sobrina quisiere casarse con él y se casare, pierda todo lo que le he mandado32, lo cual puedan mis albaceas distribuir en obras pías a su voluntad.
»Iten, suplico a los dichos señores mis albaceas que si la buena suerte les trujere a conocer al autor que dicen que compuso una historia que anda por ahí con el título de Segunda parte de las hazañas de don Quijote de la Mancha33, de mi parte le pidan, cuan encarecidamente ser pueda, perdone la ocasión que sin yo pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes disparates como en ella escribe, porque parto desta vida con escrúpulo de haberle dado motivo para escribirlos.
Cerró con esto el testamento y, tomándole un desmayo, se tendió de largo a largo en la cama34. Alborotáronse todos y acudieron a su remedio, y en tres días que vivió después deste donde hizo el testamento se desmayaba muy a menudo. Andaba la casa alborotadaX, pero, con todo, comía la sobrina, brindaba el ama y se regocijaba Sancho Panza, que esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena que es razón que deje el muerto35.
En fin, llegó el último de don Quijote36, después de recebidos todos los sacramentos37 y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías. Hallóse el escribano presente y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente38 y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió39.
Viendo lo cual el cura, pidió al escribano le diese porXI testimonio como Alonso Quijano el Bueno, llamado comúnmente «don Quijote de la Mancha», había pasado desta presente vida y muerto naturalmente40; y que el tal testimonio pedía para quitar la ocasión de que algúnXII otro autor que Cide Hamete Benengeli le resucitase falsamente y hiciese inacabables historias de sus hazañas.
Este fin tuvo el ingenioso hidalgo de la Mancha41, cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero42.
Déjanse de poner aquí los llantos de Sancho, sobrina y ama de don Quijote, los nuevos epitafios de su sepultura43, aunque Sansón Carrasco le puso este:
XIII Yace aquí el hidalgo fuerte
que a tanto estremo llegó
de valiente, que se advierte
que la muerte no triunfó
de su vida con su muerte44.
   Tuvo a todo el mundo en poco,
fue el espantajo y el coco
del mundo, en tal coyuntura,
que acreditó su ventura
morir cuerdo y vivir loco45.
Y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma: «Aquí quedarásXIV colgada desta espetera y deste hilo de alambre46, ni sé si bien cortada o mal tajada péñola mía47, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte. Pero antes que a ti lleguen, les puedes advertir y decirles en el mejor modo que pudieres:
—¡Tate, tate, folloncicos!
De ninguno sea tocada,
porque esta empresaXV, buen rey,
para mí estaba guardada48.
Para mí sola nació don Quijote, y yo para él49: él supo obrar y yo escribir, solos los dos somos para en uno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió o se ha de atrever a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñadaXVI, 50 las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros, ni asunto de su resfriado ingenio51; a quien advertirás, si acaso llegas a conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote, y no le quiera llevar, contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja52, haciéndole salir de la fuesa53 donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva: que para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo54 tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron, así en estos como en los estraños reinos55. Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a quien mal te quiere, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozóXVII el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías56, que por las de mi verdadero don Quijote van ya tropezando y han de caer del todo sin duda alguna». Vale57.
FIN

LAS DISTINTAS VISIONES DE DULCINEA DEL TOBOSO.

DON QUIJOTE (CAP. XIII, PRIMERA PARTE)

Su nombre es Dulcinea, su patria el Toboso[...]su hermosura sobrehumana pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son de oro, su frente campos Elíseos, sus cejas arcos del cielo , sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad so tales, según yo pienso y entiendo, que solo la discreta consideración puede encarecerlas y no compararlas

SANCHO (CAP. XXV, PRIMERA PARTE)

-Bien la conozco -dijo Sancho-, y sé decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo. ¡Vive el Dador, que es moza de chapa, hecha y derecha y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante, o por andar, que la tuviere por señora!. ¡Oh, hi de puta, qué rejo que tiene, y qué voz! Sé decir que se puso un día encima del campanario del aldea a llamar unos zagales suyos que andaban en un barbecho de su padre, y aunque estaban de allí más de media legua, así la oyeron como si estuvieran al pie de la torre. Y lo mejor que tiene es que no es nada melindrosa, porque tiene mucho de cortesana: con todos se burla y de todo hace mueca y donaire. Ahora digo, señor Caballero de la Triste Figura, que no solamente puede y debe vuestra merced hacer locuras por ella, sino que con justo título puede desesperarse y ahorcarse; que nadie habrá que lo sepa que no diga que hizo demasiado de bien, puesto que le lleve el diablo. Y querría ya verme en camino, sólo por vella; que ha muchos días que no la veo, y debe de estar ya trocada; porque gasta mucho la faz de las mujeres andar siempre al campo, al sol y al aire. Y confieso a vuestra merced una verdad, señor don Quijote: que hasta aquí he estado en una grande ignorancia; que pensaba bien y fielmente que la señora Dulcinea debía de ser alguna princesa de quien vuestra merced estaba enamorado, o alguna persona tal, que mereciese los ricos presentes que vuestra merced le ha enviado, así el del vizcaíno como el de los galeotes, y otros muchos que deben ser, según deben de ser muchas las vitorias que vuestra merced ha ganado y ganó en el tiempo que yo aún no era su escudero. Pero bien considerado, ¿qué se le ha de dar a la señora Aldonza Lorenzo, digo, a la señora Dulcinea del Toboso, de que se le vayan a hincar de rodillas delante della los vencidos que vuestra merced le envía y ha de enviar? Porque podría ser que al tiempo que ellos llegasen estuviese ella rastrillando lino o trillando en las eras, y ellos se corriesen de verla, y ella se riese y enfadase del presente.



EL BUSCÓN, QUEVEDO.

Entramos, primero domingo después de Cuaresma, en poder de la hambre viva, porque tal laceria no admite encarecimiento. Él era un clérigo cerbatana, largo sólo en el talle, una cabeza pequeña, los ojos avecindados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos, tan hundidos y oscuros que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, de cuerpo de santo, comido el pico, entre Roma y Francia, porque se le había comido de unas búas de resfriado, que aun no fueron de vicio porque cuestan dinero; las barbas descoloridas de miedo de la boca vecina, que de pura hambre parecía que amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no sé cuántos, y pienso que por holgazanes y vagamundos se los habían desterrado; el gaznate largo como de avestruz, con una nuez tan salida que parecía se iba a buscar de comer forzada de la necesidad; los brazos secos; las manos como un manojo de sarmientos cada una. Mirado de medio abajo parecía tenedor o compás, con dos piernas largas y flacas. Su andar muy espacioso; si se descomponía algo, le sonaban los huesos como tablillas de San Lázaro. La habla ética, la barba grande, que nunca se la cortaba por no gastar, y él decía que era tanto el asco que le daba ver la mano del barbero por su cara, que antes se dejaría matar que tal permitiese. Cortábale los cabellos un muchacho de nosotros. Traía un bonete los días de sol ratonado con mil gateras y guarniciones de grasa; era de cosa que fue paño, con los fondos en caspa. La sotana, según decían algunos, era milagrosa, porque no se sabía de qué color era. Unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por de cuero de rana; otros decían que era ilusión; desde cerca parecía negra y desde lejos entre azul. Llevábala sin ceñidor; no traía cuello ni puños. Parecía, con esto y los cabellos largos y la sotana y el bonetón, teatino lanudo. Cada zapato podía ser tumba de un filisteo. Pues ¿su aposento? Aun arañas no había en él. Conjuraba los ratones de miedo que no le royesen algunos mendrugos que guardaba. La cama tenía en el suelo, y dormía siempre de un lado por no gastar las sábanas. Al fin, él era archipobre y protomiseria.
[...]
Yo, con esto, me comencé a afligir, y más me susté cuando advertí que todos los que vivían en el pupilaje de antes estaban como leznas, con unas caras que parecía se afeitaban con diaquilón. Sentóse el licenciado Cabra y echó la bendición. Comieron una comida eterna, sin principio ni fin. Trujeron caldo en unas escudillas de madera, tan claro, que en comer una de ellas peligrara Narciso más que en la fuente. Noté con la ansia que los macilentos dedos se echaban a nado tras un garbanzo huérfano y solo que estaba en el suelo. Decía Cabra a cada sorbo: